Como humanos, nos gusta pensar que estamos por encima de la refriega de la naturaleza. Los ecosistemas pueden morir y otros animales pueden extinguirse, pero nosotros con nuestros cerebros y tecnología superiores siempre saldremos adelante. Desafortunadamente, no vivimos en una burbuja: todos somos parte de la matriz delicada e interconectada que llamamos Tierra. La diferencia es que, de todas las especies, tenemos el mayor poder para alterar ese equilibrio.
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Hasta ahora, nuestro historial no ha sido excelente. No solo cazamos y desplazamos especies individuales, lo que puede resultar en un efecto de goteo que perjudica a toda la región. Pero al talar bosques, introducir especies invasoras y rociar productos químicos nocivos en la tierra, causamos estragos en varias especies a la vez. Los efectos de nuestra destrucción son claros: hoy en día, las especies se extinguen hasta 1000 veces más rápido que antes de que los humanos lleguen a la escena.
La buena noticia es que, como los agentes más poderosos en nuestros ecosistemas, también poseemos la capacidad de restablecer el equilibrio, si nos lo proponemos. Esto tomará esfuerzo. Pero al invertir en reparar los entornos que hemos dañado, podemos ayudar a los sistemas naturales a volver a un estado de estabilidad. El primer paso es reconocer nuestro enorme impacto en la gran red de la vida, para que podamos ayudar a preservar la gran diversidad de nuestro planeta.