Los perros lo escucharon primero.
Subiendo desde el suroeste. Sonidos distantes, pero inaudibles para los oídos humanos, de metal tocando metal; de cien pezuñas enviando vibraciones a través de la tierra; de la respiración dificultosa de caballos cansados; de débiles voces humanas. Estas primeras señales de advertencia alertaron a los perros que dormían debajo del porche de los Garretts. En la granja, John Garrett, centinela de la casa de maíz, ya estaba despierto y el primero en escuchar su acercamiento. William Garrett, acostado sobre una manta a pocos metros de su hermano, también los escuchó.
Era más de medianoche y estaba oscuro y todavía dentro de la granja. El viejo Richard Garrett y el resto de su familia se habían acostado hacía horas.
Todo estaba en silencio, también, en el establo de tabaco, donde dormían John Wilkes Booth y David Herold, otro conspirador en el complot para matar a Abraham Lincoln. Los ladridos de los perros y el sonido retumbante y retumbante finalmente despertaron a Booth. Al reconocer la música única de la caballería en movimiento, el asesino sabía que solo tenía un minuto o dos para reaccionar.
Extracto tomado de Manhunt: The 12-Chase for Lincoln's Killer, por James L. Swanson, un extracto del cual apareció en la edición de junio de 2006 de SMITHSONIAN. Todos los derechos reservados.