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"Por un tiempo ... fue divertido"

El 8 de septiembre de 1900, un huracán que se extendió por el Golfo de México se estrelló contra Galveston, Texas. Situada en una isla que equivalía a poco más que un banco de arena desprotegido, la ciudad quedó devastada. Barrios enteros fueron destruidos. Las instalaciones de envío fueron demolidas. Murieron unas 8, 000 personas, una cifra que supera la pérdida total de vidas causada por el incendio de Chicago de 1871, el calamitoso incendio forestal en Peshtigo, Wisconsin, ese mismo año, la inundación de Johnstown de 1889, el terremoto de San Francisco de 1906 y la Florida huracán de 1928.

Antes de que golpeara toda la fuerza del huracán, mujeres y niños retozaban en las crecientes aguas. Una vez que la gravedad de la situación se hizo evidente, no hubo escapatoria. Las casas fueron derribadas de sus cimientos y se las llevaron. Miles lucharon por encontrar refugio de la incesante paliza del viento y las olas. Algunos sobrevivieron por la suerte o sus heroicos esfuerzos; otros fueron rescatados por individuos intrépidos que arriesgaron sus propias vidas.

Una vez que pasó la tormenta, la ciudad quedó en ruinas. Cuerpos, desgarrados y desnudos, estaban en todas partes. Estalló el saqueo y se declaró la ley marcial. En pocos días, sin embargo, el envío se había reanudado. Finalmente, se construyó un malecón para evitar un desastre similar, y hoy Galveston es un puerto próspero donde los turistas pueden ver un documental multimedia sobre el terrible huracán en un teatro en la costa que tuvo su peor impacto hace casi un siglo.

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