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La sorprendente historia del santo patrón de Cuba

Un pequeño milagro ocurrió en una plataforma de tren oscuro en una ciudad cubana de la provincia en 1981. Había sido un exiliado cubanoamericano durante dos décadas y había logrado obtener una visa para visitar a mi madre enferma. Después de verla, había viajado a la estación de tren con algunos asuntos pendientes. La mujer de mediana edad con el vestido negro detrás del mostrador me inspeccionó. Se me encogió el estómago. ¿Cómo podía saber que necesitaba un boleto para poder cumplir una promesa sagrada que mi madre había hecho 22 años antes? Viajar en la Cuba comunista fue una pesadilla burocrática, los boletos tardaron semanas o meses en obtenerse, si es que uno podría obtenerlos. Además, no tenía identificación y estaba sospechosamente vestido. Estaba seguro de que había escuchado cada historia sollozante inventada.

Todo se desbordó: cómo una condición de la infancia me obligó a someterme a una cirugía de piernas, y mi madre preocupada había jurado que visitaríamos a la patrona de Cuba, Nuestra Señora de la Caridad de El Cobre, cuando me recuperara. Pero nunca llegamos al santuario a las afueras de Santiago que alberga la estatuilla. Poco antes de mi enfermedad, la revolución comunista había estallado, enviando a muchos de mis amigos de la escuela secundaria a la cárcel. Mi madre sabía que yo sería el próximo, así que me arregló el asilo en Estados Unidos, donde asistiría a la Universidad Católica, seguiría una carrera en la banca internacional y me convertiría en coleccionista de recuerdos cubanos.

En este viaje solo pasé unos días preciosos en Cuba. ¿Cómo podría explicar cuánto significó este simple viaje, cómo me había aferrado a la idea de ver a Nuestra Señora de la Caridad durante más de dos décadas?

No sé cuánto escuchó la mujer detrás del mostrador, pero ella entendió. "Tengo un hijo en Milwaukee", fue todo lo que murmuró. Apreciaba el dolor del exilio y la dislocación, la importancia de la fe. ¡Ella supo! En un momento apareció un boleto milagrosamente. Nunca olvidaré su sonrisa y amabilidad.

Cuando finalmente llegué al santuario, en el antiguo pueblo minero de cobre de El Cobre, no me decepcionó. Casi levitando sobre el altar, la pequeña Virgen brillaba. A diferencia de muchas otras representaciones de ella, esta me miró directamente a los ojos, no a la niña que llevaba en el brazo izquierdo, y me prestó toda su atención. Llevaba un vestido dorado y una capa, no el azul habitual, y la luna creciente, a menudo emparejada con la Virgen, apuntaba hacia abajo, no hacia arriba.

Todos en Cuba conocen su historia: en 1612, en una bahía al norte de Cuba, un esclavo negro de 10 años llamado Juan y dos jóvenes indígenas la habían encontrado mientras remaban a una isla para cosechar sal. A pesar del mal tiempo durante todo el día anterior, la estatuilla virgen de madera de 15 pulgadas de alto se balanceó serenamente sobre una tabla en el mar, su vestido milagrosamente seco y sin rizos. La historia de su descubrimiento se extendió rápidamente. Los fieles llevaron la figura de madera al centro económico de El Cobre, donde construyeron un santuario para sostenerla.

Es difícil pasar por alto la iconografía cristiana: llegó a Cuba con el mayor de los dones, su propio hijo, y no se apareció a un sacerdote u obispo, sino a hombres comunes. Ella habló no solo a los aborígenes, sino también a los españoles, criollos y esclavos africanos. Esta última asimilaría su imagen en su fe de la santería afrocubana muchos años después. Cuando los cubanos lucharon contra los españoles por la independencia a fines del siglo XIX, se convirtió en un símbolo nacional de la lucha de la pequeña isla contra una poderosa superpotencia europea.

Apodado "Cachita", Nuestra Señora de la Caridad se convirtió en un elemento básico de la cultura popular, apareciendo en todo, desde calendarios y joyas hasta llaveros y abanicos, interpretados una y otra vez por artistas, escritores, bailarines y poetas. El viejo pescador invocó a Nuestra Señora de la Caridad en El viejo y el mar de Hemingway; Cuando el famoso escritor decidió entregar el medallón que recibió por el Premio Nobel de Literatura de 1954 al pueblo cubano, no eligió el museo nacional o el palacio presidencial, sino el santuario de Cachita. El largo período del comunismo puede haberla alejado de la vista, pero no por el favor y la memoria. Este año, Cuba celebra el centenario del nombramiento del Papa Benedicto XV de Nuestra Señora de la Caridad de El Cobre como la patrona de Cuba, según lo solicitado por los veteranos de la guerra de independencia de la nación.

Desde entonces he viajado a El Cobre muchas veces, interesándome tanto en Cachita que escribí un libro sobre su influencia en el arte, la literatura, la música, el cine y la danza. A través de la guerra y la revolución, entre exiliados y comunistas, entre ricos y pobres, Cachita nos ha apoyado a todos, sin importar nuestras diferencias. Ella nos une. Ella es cuba

El año pasado, atravesé la nación, entregando copias de mi libro a bibliotecas e iglesias. Mi momento más orgulloso llegó cuando el obispo de Santiago aceptó una copia del libro en nombre del santuario. Ahora se sienta permanentemente en un atril allí, una muestra de mi profundo amor y fe permanente en esta figura extraordinaria, que se arraigó hace casi 60 años con la promesa susurrada de una madre angustiada, y que se ha fortalecido cada día más.

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Este artículo es una selección de nuestro número de Smithsonian Journeys Travel Quarterly Cuba

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